domingo, 10 de diciembre de 2017

Salida, llegada y nuevos compañeros.

Despidiéndome de mi mortal monótona agonía  comencé mi tercer  viaje a Holanda, tan nervioso como el primero, intentando imaginar lo inimaginable y teniendo experiencias   previas, embarqué desde el precario aeropuerto de Loiu. Sin idea de lo que de verdad se me venía encima.


Tras la infortunada circunstancia ocasionada por la pérdida de mi valija encontré a Ignasi, tarraconense de veinte años, de apariencia sencilla y simpática. Una apariencia que escondía bien su verdadera esencia interior, pero aun así supe que no tardaría en florecer.
Tras conocernos y aguantarme el enfado originado por la pérdida de mis preciados víveres, recogimos a cuatro jóvenes, explotados por una empresa cárnica y alojados en un antiguo hospital.
Cawe era el más llamativo, tenía el pelo corto menos un mechón que emanaba de la parte noroeste de su cabellera. Su ropa me pareció sacada de la selva por un chamán peruano experto en conectar con sus dioses mediante los arcaicos brebajes que un día sus ancestros le dieron a conocer.
 Lean aparentaba ser un punki, pero las apariencias nos llevan a pensar que a las personas se les puede definir con una sola palabra y simplemente me equivoqué.
Cristian parecía árabe pero no lo era, alto  moreno y apuesto, su físico encandilaba a las chicas pero a él no le gustaba hacer alarde de tales hazañas amorosas.
Carla estaba besando a un polaco, me dolió, pero más me dolió no saber por qué una persona que aún no has conocido puede provocarte dolor, era absurdo. Era una chica guapa, sonriente y llena de amor por la vida.

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